El Negro y Tomás
Duro oficio definir qué es el oficio.
Imposible, casi.
Algo es seguro: los que ejercen un oficio con honestidad intelectual suelen reconocer a sus pares, y sobre todo a los buenos, con la misma naturalidad de un perro cuando se da cuenta de que otro animal también es un perro. Incluso pasa con los periodistas, y eso que los periodistas somos vanidosos, egocéntricos, cabrones, intrigantes y narcisos. Pero, como en la tribu, cuando se muere un viejo podemos ser indulgentes, tiernos y hasta precisos con la vida del que se murió.
El 13/2/10 se murió José María Pasquini Durán, el Negro. Antes se había muerto Tomás Eloy Martínez. Dos tipos distintos, claro, pero dos tipos del oficio.
Eran muy curiosos, buenos narradores e incansables lectores.
Parte del oficio es: arrancar del corazón y de la curiosidad y luego ser riguroso ante los hechos para asociar y narrar con la menor indignación explícita posible y la mayor destreza que se tenga a mano.
Eran tipos que transmitían el oficio. La ventaja es que el periodismo no tiene dogmas, y que los pocos códigos corporativos son tautologías donde está bien lo que yo digo que está bien, es decir, códigos muy poco respetables y por lo tanto prescindibles. Con lo cual, si la transmisión oral es abierta y generosa, está en cada uno absorber lo que quiere y cómo quiere. Al principio el proceso es más adolescente: se aprende, también, por oposición, sea abierta o quede adentro. Luego, como en cualquier proceso de aprendizaje, cada quien alcanza grados mayores de libertad y, a veces, de responsabilidad en su práctica cotidiana. Si uno dejó de ser adolescente, ejercerá contra uno mismo la oposición que antes apuntaba sólo a los viejos.
Cuando Página empezó, en 1987, el Negro y Tomás eran muuuuuuuy grandes. Habían pasado los 45. A esa edad, en general, la base del oficio periodístico ya está adentro. Pero por suerte los oficios no tienen límites ni jubilación, y ellos lo ejercieron hasta el final, curiosos y zumbones, serios y con capacidad de relajar. Se agradece.
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